AL LUGAR DONDE IREMOS TODOS, NADIE SE SALVA: "EL CALDERO DE LA CULPA ETERNA" Autor: Diego García

Filosofía séptica08/05/2025 ENNIO LEONE (NUEVO COORDINADOR)
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"EL CALDERO DE LA CULPA ETERNA"
En las profundidades de un lugar que no tiene nombre, donde el tiempo es una sombra y el calor del fuego quema incluso el alma, se erige el caldero. Es vasto, de metal ennegrecido por siglos de tormento, suspendido sobre llamas que no necesitan leña para arder. Dentro de él, las almas gritan, luchan, se retuercen, pero nunca mueren. No hay escapatoria, no hay descans. Solo el peso de lo que alguna vez fueron, de lo que eligieron ser.
Rodeando el caldero, los demonios se ríen. No porque disfruten del sufrimiento, si no porque lo entienden mejor que nadie. Ellos no castigan, solo observan. Sentados sobre troncos carcomidos, juegan a las cartas, apuestan por cuál alma se hundirá primero, por cuál gritara más fuerte cuando la culpa finalmente la consuma.
Uno de ellos más delgado y de ojos hundidos, se levanta. Camina hacia el caldero, sus patas hendidas dejan surcos en la ceniza. Con un tridente oxidado, revuelve el liquido viscoso qué hierve en su interior. De vez en cuando, un rostro emerge entre las cenizas, con los ojos desorbitados y la boca abierta en un grito silencioso antes de hundirse de nuevo. El demonio sonríe, mostrando colmillos amarillentos.
-No se cansan de luchar, ¿verdad?- Susurra, aunque sabe que lo escuchan-. No entienden que no somos nosotros los que los mantenemos aquí.
Una de las almas, apenas visible entre el vapor y las llamas, encuentra fuerzas para hablar. Su voz es apenas un murmullo, quebrada y débil.
-¿Por qué? ¿por que este tormento interminable?
El demonio inclina la cabeza, divertido.- Porque tu lo quisiste. No con palabras, no con plegarias. Lo pediste con cada decisión que tomaste, con cada mentira, con cada daño que dejaste sin reparar. Este caldero no es un castigo. Es un espejo.
La figura del caldero grita, un grito que sacude las paredes de aquel lugar. Pero es de dolor físico; es el dolor de alguien que comprende demasiado tarde, de alguien que se enfrenta así mismo. Las demás almas empiezan a aullar también, cada una atrapada en su propio infierno, incapaz de mirar más allá del reflejo qué las atormenta.
-¿Y si nos arrepentimos?- Pregunta otra voz, apenas audible entre los lamentos.
El demonio se ríe, una carcajada que parece partir la oscuridad. -¿Arrepentirse? Eso no es suficiente. Este lugar no se alimenta de perdones vacíos. Se alimenta de lo que ustedes no pueden soltar.
Pero entonces, algo sucede. Una mujer dentro del caldero, con el rostro cubierto de lágrimas y el cuerpo marcado por el tormento, cierra los ojos. Todo a su alrededor se detiene. Las almas, los demonios, incluso el fuego parecen congelarse. Cuando abre los ojos, ya no hay miedo en ellos, solo determinación. Lentamente, se pone de pie y camina hacia el borde del caldero. El liquido abrasador no la detiene. Sube, una mano tras otra, hasta salir por completo.
Los demonios dejan sus cartas, unos de ellos murmura algo inaudible. La mujer, de pie fuera del caldero, no dice nada. Simplemente camina, dejando un rastro de cenizas tras de sí. Nadie la detiene.
-No puede ser... - Susurra uno de los demonios-. Nadie sale.
El demonio de ojos hundidos observa en silencio, con una sonrisa torcida.- No todos los tormentos son eternos. Pero el verdadero infierno no es este lugar. El verdadero infierno es darse cuenta de que siempre tuvieron la llave y nunca supieron usarla.
La mujer desaparece entre las sombras.
Mientras tanto, el caldero sigue hirviendo, alimentado por el grito de aquellos que aún no entienden, de los que prefieren aferrarse al dolor antes que enfrentarlo. Porque para muchos, el verdadero castigo no es el fuego, si no la verdad.
Autor: Diego García

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